En el año 1167 se produce una
alianza entre las principales ciudades del norte de Italia que recibe el nombre
de liga lombarda, en un principio formada por veintiséis ciudades a las que
posteriormente se unieron otras cuatro. El precepto principal de ésta fue la
oposición en un principio a Federico I, que intentó reclamar el poder imperial
en la zona norte de Italia, lo que provocó la rebelión de la liga lombarda que
recibió el apoyo del papa Alejandro III, el cual les proporcionó ayuda moral,
militar y económica para conseguir derrotar al emperador, derrotado en el año
1176 en la batalla de Lecagno. Éste se vio obligado a firmar un armisticio de 6
años y una posterior negociación con la liga lombarda para acordar su
situación. Lo convenido en este pacto fue que las ciudades de la liga lombarda
serían leales al emperador mientras éste les garantizara la autonomía y
jurisdicción sobre sus territorios y los colindantes, lo que les proporcionaría
prácticamente una independencia de facto.
A la muerte de Federico I Barbarroja
se sucedería en el trono su hijo Enrique IV y posteriormente Otón que, al tener
un origen güelfo, pronto dio poderes y territorios al papa, como por ejemplo el
ducado de Spoleto, aunque su reinado fue breve y pronto los Gibelinos de mano
de Federico II Hohestaufen volvieron a restaurar el poder imperial. Para
conseguir nuevamente restaurar todo el poder del emperador en Italia llevó a
cabo numerosas reformas que afectaron especialmente a la península itálica,
como la fundación de L´Aquila o la creación de la universidad de Nápoles a
mediados del siglo XIII. Pero pronto el papa buscó venganza, así que intentó
reunir nuevamente a todas las ciudades güelfas para conseguir la supremacía de
poder en Italia; pero esto, como en anteriores ocasiones, desembocó en una
nueva invasión del emperador sobre la península itálica, lo que provocó a su
vez, que el emperador Federico II fuera excomulgado.
Al final de su papado, Inocencio
X consiguió derrotar al emperador en las tierras de Parma lo que provocó que el
imperio quedara descabezado, ya que se produjo un interregno en el que el poder
estaba en manos de su hijo Conrado IV y su nieto Conradino, que siguieron con
el conflicto entre la familia imperial y el papado. Lo que se reflejaba en
numerosos enfrentamientos entre ambas partes en tierras italianas y alemanas.
Este proceso de interregno, con un imperio descabezado que no conseguía
aglutinar un verdadero poder imperial, finalizó con el ascenso al trono de
Enrique VIII, que a pesar de no pertenecer a la familia Hohestaufen también
mantuvo las tensiones entre papa y emperador. Nuevamente se produjo una derrota
en el seno imperial ya que el papa Clemente V consiguió, esta vez con apoyo
siciliano, derrocar al emperador. Todo este proceso desembocó finalmente en el
ascenso al poder de Luis IV de Baviera, que pertenecía a una familia
anticlerical y que acogió en su corte a teólogos como Marcelo de Padua y Miguel
de Cesena para apoyarse en ellos e intentar derrotar al papa Juan XXIII.
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